miércoles, 4 de septiembre de 2019

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Melina me atendió en su departamento. Bajó a abrirme con una bata de lana, una toalla en la cabeza sosteniéndole el cabello en estado húmedo y unas pantuflas con cara de conejo y con o9rejas de conejo que le hacían parecer piés de títere.

Yo –Melina hacen cinco grados afuera.
Melina –Si, pasá rápido, me estaba dando un baño de agua caliente, recién llego de la facu.

Pasamos a su apartamento, me saqué sobretodo y mi mochila, me dijo que los deje en una silla de madera que estaba al lado de un sillón, había una estufa encendida, un vino tinto en la mesa y un pastel de berenjenas en escabeche con tomates y cebollas y espinacas. Muy vegetariano.

Me senté y pregunté: ¿Te molesta que fume?
Melina –Preferiría que no si son negros.
Yo –Esta vez no tengo negros sino unos cigarrillos rubios berretas.
Melina –Mejor. Si tenes hambre comé, me voy a secar el pelo y vuelvo, ahí en la cómoda hay una carpeta con varios trabajos míos.
Yo –Ok, vaya y haga lo que deba hacer muchacha.

Me encendí un cigarrillo, miré por la ventana. Tomé una copa de vino. Abrí la carpeta y comencé a mirar. Detenidamente a observar. A ver a ver aver ¿qué es esto? Pensé para adentro ¿Otro prototipo de estudiante de la Prilidiano Pueyrredón que se mudó al IUNA y que influenciada por Kandinsky está buscando un pinto para su raya y así encontrar lo espiritual en el arte? Me reía solo y hacia adentro de mi cinismo pero, había algo oscuro y personal en su trabajo, un odio hacia su propia madre y hacia su padre. Y al parecer eran odios reprimidos y justificados, finalmente apareció lo que más miedo le daría dar a un psicoanalista, un propio autorretrato de sí misma frente a un espejo. Ese trabajo era interesante, la mitad de su rostro se desfragmentaba atravesado por el rebote de rayos solares. Ella se pintó de espaldas a la ventana pero de frente al espejo.

Entonces regresó con la bata pero sin la toalla turbante que usaba en su cabeza, ahora su cabello emanaba olor a hierbas y a secador de pelo. Y me preguntó: ¿Comiste algo?

Yo –Melina ¿Cuándo viniste a la capital a estudiar tus padres ya estaban divorciados?
Melina –Sí ¿cómo sabías?
Yo -Por tus dibujos.
Melina -¿Cómo puede ser que por mis dibujos?
Yo –Cada vez que dibujas casas dibujas una mujer en una ventana y un hombre en la puerta de enfrente con maletas o con bolsos, o Hombres guardando cosas en los baúles de autos. Todas acciones del hombre que se va.
Melina –Tenés razón, no lo había notado. Sofía dijo la verdad sobre como observas manos, posiciones físicas, gestos, colores, sombras y luces.
Yo –Sí, observo todas esas cosas en las hojas y lienzos y fuera de ellas. Como que por ejemplo tenes dos conejos en los piés que arrastran sus orejas por el piso de madera.
Melina –jejejeje

No pude evitar notar que melina estaba en ropa interior bajo la bata y con una remerita arriba sin corpiño, no porque se le descorriese demasiado la bata sino por la marcación de la ropa que llevaba puesta y el tipo de tela. Supongo que por oficio. O de puro pajero como prefieren creer las que no entienden ni de pintura ni de psicología, ambas ciencias para pajeros, o sea que no por los motivos correctos aciertan a la expresión de puro pajero. Expresión que cabe a guitarristas, dibujantes y psicoanalistas. Y lógicamente también a pajeros jejeje.

Charlamos por horas, reímos, comimos, bebimos, dibujamos juntos, intercambiamos percepciones y se pasó el día. Y cuando en la ventana comenzaba a anochecer, ella, recostada en el sillón, yo, recostado en una alfombra al lado del sillón, ambos dibujando en hojas diferentes, giramos la cabeza cada uno hacia el otro y la distancia era tan corta que solamente podíamos vernos a los ojos.
No sé cómo ocurren esas cosas así, pero así ocurren, cayo del sillón sobre mí, y efectivamente bajo la bata había lo que sospeché, una mujer en tanga, sin corpiño, y con una remera de dormir de tela endeble.

El amanecer nos encontró desnudos junto a una estufa, cobijados por una frazada y rodeados de dibujos. Como a quince metros, desde otra ventana, una vecina de ella nos espiaba. Era todo muy absurdo, como si estuviésemos en un apartamento de la ventana indiscreta y Hitchcock filmase nuestra velada.




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